Pues sigo con otra manía mía, consecuencia de ser pediatra, y que en este caso fastidia sobremanera a Trotandovoy y Miss Berrinche. Y como este blog está pensado para que ellas lo lean en un futuro (igual que su predecesor Fotolog de Villamocos, allá por el pleistoceno), espero que sirva para que en su día entiendan un pelín las pesadeces de su progenitora (música de teleserie familiar americana, intro).
4.- Me dan pánico los accidentes en general. La razón, sencilla: la primera causa de mortalidad infantil evitable en nuestro medio son los accidentes. Y no quiero ser ceniza, y no digo que tenga a las niñas en una burbuja, pero más de una vez se me salió el corazón por la boca estando -por ejemplo- en el parque. Y es que cada vez construyen «torretas» de ésas más altas con cuerdas para escalar, redes, puentes colgantes, tirolinas y toda la pesca. Oiga: que son divertidísimas, no lo niego, pero hay que tener una edad mínima para usarlos. Y el problema, veo yo, es que a menudo se les permite trepar ahí a nenes que no tienen la edad recomendada. Y tampoco creo que esto sea peligroso si están supervisados continuamente por un adulto, pero muchas veces no es así. A ver: estas construcciones infantiles de los parques suelen alcanzar los dos metros de altura, e incluso más. Si se tratara de un andamio, exactamente de la misma altura, ¿dejaríamos a un niño de dos años subirse ahí solo? Quiero decir con esto que, pese a ese diseño de un alegre color rojo combinado con un retozón verde, ¡son dos metros de altura!
5.- Por no hablar de los accidentes domésticos. Pues eso. Que no me da especial miedo que se les enfríen los pinreles, o que no coman todo el brócoli del plato; pero a día de hoy (3º y 4º de primaria, las señoritas) aún le tengo respeto a la que puedan armar en casa. La etapa productos de limpieza/medicinas ya la pasamos (guardándolos tan alto que Ironman y yo llegábamos, pero a Meripopins casi le hacía falta escalera para echar mano del detergente), pero ahora hay otras tentaciones… vitrocerámica, secador, horno… el otro día pillé a Trotandovoy a punto de meter taza y cuchara metálica al microondas, «porque se iba a hacer un té». El té era la excusa (¿me habrá salido victoriana, la niña?) para cacharrear. «Uy, mami, pues entonces casi la lío parda», me dijo cuando le expliqué y no por primera vez que el metal no se mete al microondas. Pero bueno, la memoria de mi Bob Esponja es frágil y su habilidad para encontrar aventuras, inagotable.
Imagino una escena, dentro de unos años. Mis hijas adolescentes sentadas en el sofá, mirando a la cámara, con cara de póker. Vale, estoy plagiando «Cómo conocí a vuestra madre». Me preguntan con escepticismo: «¿y por todo esto no te gustaba mucho llevarnos a los parques?». Respondo: «No… es que aún no me había acostumbrado al frío de Madrid en invierno y el calor en verano… pero era una buena excusa, como lo de tu té». Jeje.
Lo mejor es llevar al niño al bosque. Ahí está la verdadera selección natural (de edad), el que no es capaz de subir al árbol , no es capaz de bajarlo. No hace falta el cartel de prohibido menores de 3.
Tampoco entiendo por qué para abrir un bote de lejía haga falta apretar el tapón con toda la fuerza del universo antes de girarlo (me parece muy bien, que conste). , pero los medicamentos en comprimidos vengan en cajas de cartoncito , y encima muchos recubiertos de una película de sabor dulce … Vamos, que es fácil sacar el comprimido y encima está rico. La lejía al menos si la prueban la escupirán… Digo yo.