Yo no tenía ni idea de que tenía objetos de apego en casa. Ni pajolera idea, vaya. Por supuesto, yo sí sabía que mis hijas tenían sendos peluches a los que adoraban sobre (casi) todas las cosas, concretamente dos conejos, uno cada una, a cual más roñoso aunque suavecito, y de la misma marca (C&A, para más señas).
Después, al ir leyendo acerca de crianza y pediatría, descubrí que los acompañantes incondicionales de mis bebés (por aquél entonces eran aún bebés) eran ítems incluidos «oficialmente» dentro de una categoría con propio peso dentro del imaginario pediátrico-infantil-puericultor: los objetos de apego, también llamados de transición. Hay información de sobra en Internet.
El caso es que es imperdonable que yo me olvidara en este post de presentar a otros dos habitantes importantes de Villamocos: Rurru, el mayor, y Niní, el menor. Jodó, qué vergüenza: me hallo escribiendo en mi blog acerca de dos conejos de peluche. Y les he puesto edad, y todo. E imagen: Rurru es el flamante barrigón azul que ilustra la portada (gratuita, que hay blogs más molones pero son de pago). El susodicho llegó a este hogar al ser adquirido por mí cuando estaba embarazadísima de Trotandovoy. Yo estaba comprando bodies, le vi, y fue un flechazo. Meses (pocos) después, estando ya embarazada de Miss Berrinche, repetí el modus operandi comprando en la misma tienda a Niní. El cual es amarillo y marrón, y un poco más escuchimizado. No sé por qué se llaman Rurru y Niní. Salieron estos nombres solos, espontáneamente. Y como quien no quiere la cosa, cuando las nenas ya se fueron haciendo bebés mayorcitos (hablo de 9-10 meses), se hicieron inseparables de sus peluches. Eso sí, según el carácter de cada una. Trotandovoy dormía a su aire en su cuna; pero teniendo a Rurru a tiro, preferentemente tapándole la cabeza. La Petite, durmiendo con nosotros; y agarrándose desesperadamente a mí, a su padre y a Niní como si no hubiera un mañana.
Y ¿qué papel ocupan? pues ha ido cambiando (y a día de hoy, obviamente,… escaso, y me da penita). Siempre han dormido con ellos, aunque hace muchos años que esto no es una necesidad. Pero aún les gusta 🙂 . Trotandovoy tenía y tiene la manía de sobarle las orejillas a Rurru; La Petite, la cola (un pompón marrón) a Niní. De hecho, he tenido que coser varias veces las orejas de uno y el rabo del otro (mira tú qué taurino). Han jugado a lanzárselos de una cuna a otra (una especie de Roland Garrós categoría bebé), les han puesto tiritas y vendajes, y han hecho de ventrílocuas cuando les interesaba que Rurru o Niní les apoyaran en la moción «cenar espaguetis viendo Clan TV». Rurru y Niní han sido los mayores sufridores de las vomitonas nocturnas, siendo regados hasta la última costura. Han padecido también infinidad de inmersiones accidentales en la bañera (con el drama de dejarlo secar después sin poder dormir con él) y un porcentaje nada despreciable de los mocos de Villamocos se secó con solera en su pelaje. Y cuando ha habido que lavarlos, de pura mugre que acumulaban, …mmm pues no era lo mismo después, no, porque perdían el olorcillo a leche con cereales que acababan cogiendo. De hecho, Niní en concreto fue protagonista de varias aventuras que ya contaré…
He visto en estos años como pediatra infinidad de objetos de apego (encantadísima me muestro de que soben, chupen y abracen a su peluche mientras les ausculto… facilita las cosas) y la mayoría han sido blandos, suaves y con «salientes». Llámame pirada, pero creo –hipótesis friki– que estos salientes (nudos al final de las orejas o en las esquinas de un trapito) les consuelan porque remedan el pezón. Cualquiera con experiencia en lactancia sabe que a todos los niños les gusta «sintonizar» el susodicho mientras maman del otro. Pero esto puede ser una ida de olla mía.
El caso es que, y por si acaso alguno se perdía y hacía falta sustituto de urgencia, acabé comprando un tercer conejo de similares características al que, de nuevo y sin saber por qué, acabamos llamando «el primo de Rurru». No obstante, nunca ha estado a la altura… y más que objeto de apego para las nenas era en todo caso «objeto de pega» 🙂
A mí me pasa eso con las camisetas.
Aunque tengo un osito, Benitín, que me lo regalaron cuando cumplí un año!!!… y tengo 34.
Anda x ahí…