Siento decirlo, pero, si acabas de parir… ¡bienvenida al club de la culpa! El sentimiento de culpabilidad de las madres de nuestros días es algo muy cacareado en todos los medios y especialmente en la blogosfera maternal, donde existe de hecho un exitoso club de las malas madres -a la que servidora pertenece, of course-. El nombre, claro está, deriva de que sus miembras proclamamos (irónicamente) que algo, o mucho, «hacemos mal». 🙂
Vengo con ánimo de desdramatizar, de frivolizar, y de bromear. Bueno, vale: y de opinar y cuestionar, que si no, no sería la Dra. Villamocos, sino otra madre, la cual a lo mejor pataleaba menos, pero que seguro se sentía igual de culpable. Ay.
Y ahora es cuando pongo los ojos en blanco y alzo mi voz, clamando: «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué no conozco ni una sola madre que no se sienta todos los días culpable por algo?». Dice mi hermana, alias TitaGeóloga, que el sentimiento de culpa va unido a la condición de mujer. Estoy de acuerdo y añado que, en mi opinión, nuestro sentimiento de culpa nunca ha estado tan acentuado como en las últimas décadas. Me refiero, cómo no, a la era de la Mujer Trabajadora. Trabajadora fuera (además de dentro, claro) de casa, se entiende, y sin llevarse consigo a los hijos. Que nuestras antepasadas salían al campo a currar, pero se llevaban a los niños puestos; no hablo de esto.
Supongo que de las primeras en salir ahí afuera, como las obreras de la Revolución Industrial, se sentirían culpables por faltar de su hogar, como ahora; pero igual -no sé- no lo interiorizaron mucho. Me las imagino pasándolo fatal sin saber exactamente por qué, y punto. Además, no tendrían mucha opción, económicamente. Después, llegaron las pioneras en decidir que querían hacer lo mismo que los hombres, vía carrera universitaria. Me-nu-das-valientes. Pongamos como ejemplo a Marie Curie: seguro que a la sensación de culpa de no pasar el suficiente tiempo en su casa y con sus hijas, se añadió el agravante de las críticas de su entorno por su elección de vida. Seguro que ella y las demás pioneras fueron insultadísimas, vilipendiadas e intensamente criticadas. Hasta por la ropa y el peinado, segurísimo. 🙂 Y segurísimo también que se sintieron culpables si «descuidaban» su aspecto físico. Paradójicamente, hete aquí que pocos años después las mujeres empezamos a sentir que lo correcto, sin duda, era efectivamente ocupar ahí afuera el mismo lugar del varón. Así que esta opción no sólo dejó de ser criticada anymore, sino que pasó a ser lo mejor que nos había pasado a las mujeres ever; así que a luchar por ello con uñas (de manicura) y dientes. Las que no lo consiguieron (y claro, ¡se sintieron inmensamente culpables!), intentaron a toda costa que sus hijas sí lo hicieran, transmitiéndoselo ya desde el mismo paritorio… «Uff,uff,uff ¿Qué ha sido?» «Enhorabuena, es una niña» «Vale, pues hija mía, que sepas desde ya que tienes que estudiar para ganarte la vida y no depender económicamente de nadie»… La generación de treintañeras actual pienso yo que somos esas hijas. Y en nuestro caso, el devenir de la evolución femenina en general y maternal en particular, unido a la rapidez de intercambio de información que existe hoy día, ha permitido que el sentimiento de culpa haya desarrollado muuuuuuuuchos matices y abarque muuuuuuuuuuuchos ámbitos, por si eran pocos. Hoy en día puede una sentirse culpable en muchos escenarios; se ha diversificado la cosa. Ahora intervienen múltiples variables, todas ellas susceptibles de provocar un inmediato y sentío pensamiento de culpa en la progenitora. El trabajo, porque sea demasiado (con lo que estoy poco con mis hijos) o porque sea «insuficiente» (no estoy siendo buena profesional por acogerme, por ejemplo, a una jornada reducida aunque mi hijo se beneficie de ello). El aspecto físico, por supuestísimo: siento una culpa jonda si no me mantengo en forma, visto más o menos a la moda, me arreglo, llevo al día el tinte del pelo (yo creo que las mechas californianas las inventó una madre sin tiempo, que dejó crecer las raíces y se vio tan monérrima que creó tendencia)… La crianza de los hijos, ¿más indulgente, más estricta…? en este punto habría para mil quinientos posts… sobre todo en el momento en que una se compara con la madre de al lado (su niño de 3 meses duerme toda la noche de un tirón y el mío mama 5 veces, ¿Estoy haciendo algo mal?… y así, hasta que entran en la facultad). Y podría seguir. Amos, que las madres de hoy lo que tenemos son 50 sombras de culpa, eso por lo menos. 🙂
Aunque luego, claro está, existen las madres que refieren no sentirse nunca culpables por nada, ni una pizquita. Alguna he conocido. En estos casos pienso que, o bien un ser superior existe realmente y ha escuchado nuestras plegarias permitiéndonos dar un paso más en la evolución creando un prototipo de madre sin culpa, o bien es que mienten. Ojalá sea la primera opción. 🙂
En mi caso, asumo que haga lo que haga tengo mi racioncita diaria de culpa, que llevo con gran alegría y deportividad. Así mantengo el culpómetro a raya. 🙂
Te leo y me encanta tus artículos pediatricos.
La culpa es terrible.
Va intrínseca.
Gracias! La culpa… Va intrínseca debido a la sociedad en la que nos ha tocado vivir… Porque la verdad es que no me acabo de imaginar a una madre cromañona reconcomida por la culpa mientras atiza la hoguera… Un saludo! 😉
He descubierto el blog hace poco, me encanta!
Este tema se podría desgranar y convertirse en un millón de posts distintos: la aparente necesidad de posicionarse en un extremo u otro de cualquier tema relacionado con la crianza (teta, colecho, porteo, besos, compartir, alimentación complementaria…); la influencia de otras madres que para sentirse más seguras del posicionamiento elegido cuestionan toda posición contraria; la sociedad actual, que es consciente de que la conciliación es imprescindible pero está totalmente anclada en el «es-lo-que-hay» y «toca-aguantarse»…
Por eso estoy de acuerdo en que no nos injertan el chip de la culpa en el paritorio, sino que nos empapamos en ella día a día desde mucho antes.