Aprendiendo de las niñas.

Llevo un tiempo sin escribir acerca de la vida, obra y milagros de Villamocos; pero los tres días que hemos pasado en la nieve la familia al completo me han dado qué pensar. Aviso: a continuación, post pediátricomaternal plagadito de tópicos.

Por mucho que NO debamos hacerlo, les ponemos etiquetas a nuestros hijos (aunque sólo las pensemos sin verbalizarlas). Ironman y yo estábamos convencidos de que Miss Berrinche iba a liarla parda en su primer contacto serio con el esquí, y que desde el minuto uno todo serían pegas: «Mami, tengo frío… ¡jo, ahora tengo calor!… papi, me da miedo, no quiero subir a la cinta… mamá, ¡me aprietan las botas!… me pica el casco, me lo quiero quitar… Buaaaaaaaaaaaaaaa me he caído y no me puedo levantar…». A Zeus pongo por testigo que éstas, más o menos, eran las perlitas que íbamos preparados a escuchar de la boca de La Petite -además de algún que otro juramento-. Pues bien: la niña te da sorpresas, sorpresas te da la niña: NI UNA QUEJA. NI UNA PROTESTA. NI UN RENUNCIO. NI UN TEMOR. NI UN VACILE. NI UN LLANTO. A nuestra pequeña Miss Berrinche le encantó el esquí desde el primer día, y de hecho esta su nueva pasión sigue viva una vez en Madrid, dándonos la tabarra (ya dije que era insisteeeeeeeeente) con ir a esquiar este fin de semana a la sierra madrileña.

Sigo con las etiquetas, que pueden ser más falsas que el pelo de la Barbie. Nuestra Trotandovoy, poseedora a nuestros ojos de un carácter pleno de optimismo (también atiende por Bobesponja), un amor propio a prueba de bombas, y el arranque de un Ferrari Testarrosa,… FLAQUEÓ. Mi niña mayor tuvo la «mala suerte» de que se le atribuyera un nivel de esquí superior al que tenía (que no tenía ninguno), al venirse arriba haciendo la prueba de nivel enlazando cuatro elegantes giros cortos con cuña que la catapultaron al nivel dos, o tres. Consecuencia: se pasó el día intentando seguir el ritmo al monitor y a 7 chiquillos que llevaban meses (y años) esquiando; y no lo pasó nada bien, al parecer. Muy pocas veces la he visto dudar de sí misma, pero esa tarde después del cursillo, la vi. Y servidora con el corazón partío. A la mañana siguiente, me encargué personalmente de que la metieran en el mismo cursillo de principiantes que su hermana. Faltaría más: si hay que sacar a la madre coraje, se la saca. 🙂 Horas después, las aguas habían vuelto a su cauce y mi Trotandovoy era la niña intrépida que suele ser, y se esquió media estación sin problemas y con la barbilla (o mamola, que dicen sus ancestros segovianos) bien alta.

Los niños, cuando tienen hambre, vaya si comen. Yo esto ya lo sé desde hace muuuuucho tiempo y nunca me ha preocupado lo que coman o lo que dejen de comer; pero reconozco que me quedé boquiabierta (casi tengo que recoger mi mandíbula del suelo) cuando fui testigo de la capacidad devoradora de mis angelicales niñas tras cuatro horas esquía que te esquía. Les di un bocadillo a cada una que, por tamaño, entraría fácilmente en el nivel «top andamio»; callaron, lo agarraron, ni miraron qué contenía entre pan y pan, dieron el primer bocao, pusieron los ojos en blanco, lo desintegraron como termitas y alguna soltó un eructo fisno-fisno al terminar. La madre que las parió.

Y cuando no tienen hambre, no comen. Llamó poderosamente mi atención que, después del disgustillo cursillero, Trotandovoy NO QUISO CENAR. Me duele la barriga, decía. Me dio más pena aún porque ese día habíamos programado cenar el legendario chuletón del valle, con lo que a mi Bobesponja le gusta la carnaza semicruda. Pero la chiquilla estaba en un vivo-sin-vivir-en-mí y no probó bocado. Aaaay, esos dolores abdominales funcionales, que tantas consultas pediátricas ocasionan.

Madre no hay más que una. Durante las 2 horas diarias de cursillo de mis cachorras, parece ser (y según su padre) que exterioricé megacientas veces entre bajada y bajada, telesilla y telesilla, mi inquietud acerca de cómo estarían las susodichas. Las contestaciones del capullo de Ironman («estarán bien, bajando la pista de las fracturas». «Estarán subiendo al telesilla de los esguinces». «Habrán parado a descansar en la cota de las escayolas»… y así todo el tiempo) no ayudaban.

Los niños disfrutan del ejercicio físico, y lo necesitan. Y les gusta competir más que a un tonto un lápiz. Pero sana competición, ojo. Si se puede ganar se gana, que lo de participar ya lo damos por sentado; pero si no, pues no pasa nada. Ya lo dije aquí: los niños son acojonantes increíbles. Las mías llevan cuatro días hablando de sus logros esquiadores, pero ya se sabe: cada vez exagerando más sus aventuras hasta convertirlas en hazañas sin ningún pudor. Y en cierto modo, es así… 🙂

Creo por tanto que en Villamocos tenemos esquí para rato. 🙂

4 comentarios en “Aprendiendo de las niñas.

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