Como muchos amigos villamoqueros sabéis, antes de pediatra fui geriatra. Sí: los dos extremos, sí (porque todo el mundo dice esta frase al enterarse) 🙂 Siempre digo, y no es coña, que no sé si habrá algún geriatra-pediatra más por estos mundos sanitarios aparte de servidora (y por favor, si existe y lee esto, ¡me lo haga saber!). El caso es que ejercí la adultología un total de 4 años y medio (residencia y medio año de contrato de guardias, atendiendo pacientes geriátricos y pacientes de Urgencias generales, es decir, de todas las edades salvo niños) y después repetí el MIR eligiendo pediatría. Y cuando empecé a ser médico de niños, hubo varias cosas que me chocaron, comparando con la medicina de adultos:
1.- Diminutivos. Creo que fue el primer día: estando con mi tutora (neonatóloga), una resi mayor le consultó algo relativo a la alimentación de Joaquín, el cardiopatita del box 3. Me quedé noqueada. Cardiopatita. Me sonó rarísimo. Meses después yo también había incorporado diminutivos a mi lenguaje diario aunque muchos, claro está, del tipo «-ín» o «-ina», que para algo una es asturiana. 🙂
2.- Por su nombre: a los niños, aunque tengan 10 minutos de vida y pesen 500 gramos, se les llama por su nombre. «Le he pedido una placa a Daniel», «¿Le has pautado el amoxiclavulánico a Sofía?»,… En adultos, se tiende más al: «Le he pedido una placa al ictus de la 11-2», «¿Le has pautado el amoxiclavulánico a la neumonía de la 9-1?»… También en relación a los nombres, me resultó curioso pasar de María Auxiliadora, Fulgencio, Asunción y Restituto a Daniela, Lucas, Martina y Mateo (nombres éstos de rabiosa actualidad).
3.- Los problemas sociales, con los niños, son menos. En el más amplio sentido de la palabra, «socialmente» tienen más enjundia los pacientes adultos y no te digo los ancianos. Problemas para encontrar un cuidador, problemas para un destino tras el alta cuando hay una discapacidad, problemas relativos a las bajas médicas, etc. En Pediatría, en general, pocos -salvo evidentemente casos de maltrato-. La mayoría de los infantes tienen quien les cuide, dentro y fuera del hospital, sean cuales sean las condiciones. Y no tienen que pedir bajas.
4.- La patología banal (dicho en cristiano: las enfermedades poco graves) se llevan el grueso de las consultas. El paciente tipo de la Urgencia pediátrica es un niño con fiebre, tos, o mocos (o los tres a la vez). El paciente tipo de Urgencias generales tiene insuficiencia cardíaca, angina de pecho o un infarto cerebral. A mí, esto no me supuso NINGÚN problema al cambiar de un lado a otro… pero conozco varios residentes de pediatría que dejaron la especialidad porque echaban de menos «más adrenalina». 🙂 No obstante, POR SUPUESTO que el pediatra atiende casos graves. Sólo que el porcentaje de éstos cambia según el ámbito asistencial: lógicamente no es lo mismo el centro de salud que la UVI pediátrica de un hospital terciario. La pediatría es muy amplia, y abarca desde la atención primaria hasta el manejo integral de un trasplante.
5.- El paciente pediátrico es muy agradecido. Esta afirmación, que se oye frecuentemente en los hospitales o las facultades de Medicina, cobra todo su sentido cuando uno viene de tratar adultos. Para empezar, gran parte de la patología pediátrica es infecciosa, y por tanto, se cura habitualmente sin secuelas. Pero lo que para mí supuso una «sorpresa» al rotar por infecciosos pediátricos muy al principio de mi residencia fue darme cuenta, ya con los primeros pacientitos (o pacientines), que sólo tenía que preocuparme de la enfermedad aguda que tenían. Me explico: el niño con una neumonía típica neumocócica (es decir, una infección grave), precisa como tratamiento farmacológico el antibiótico y poco más. Su riñón responde, su corazón también. Los pacientes geriátricos -y no tan geriátricos- suelen presentar pluripatología, y una infección grave descompensa su insuficiencia cardíaca conduciendo a un fracaso renal prerrenal (un suponer), necesitando un manejo bastante más complejo. Esto que he plasmado en dos frases es mucho más complicado, pero la idea es esta: los niños ni son pluripatológicos, ni son polimedicados en su mayor parte. Y no sólo eso: su capacidad de adaptación es inmensa. A todo le ven el lado positivo, y se olvidan pronto de lo malo. Me llama mucho la atención, y por eso lo cuento, que he oído muchísimas veces eso de «puf, no sé cómo puedes ser pediatra… ¿no te dan muchísima pena los niños enfermos?». Pues la verdad, y lo digo aquí en abierto, he sentido pena muchísimas más veces como adultóloga que como pediatra. Porque los niños la mayoría de las veces se curan. Porque además se las apañan para divertirse durante el ingreso. Porque si la patología es aguda, se les acaba olvidando. Y si es crónica (ejemplo enfermedad celíaca) son mejores cumplidores que los adultos (de la dieta en este caso). Porque su familia nunca -o casi nunca- les abandona, y nunca están solos. Porque físicamente se recuperan solos sin necesidad de rehabilitación, al echar a correr en cuanto tienen oportunidad… y muchos motivos más. Ahora bien, cuando lo he pasado mal por un niño, ha sido elevado a la enésima potencia.
6.- Madre mía, las dosis, MAAAAADRE MÍAAAA. Este tema reconozco que me fastidió un poco. 🙂 Con lo contenta que estaba yo con mis dosis universales que se manejan en adultos, y ahora va y resulta que tengo que aplicar «milígramos por kg» y no sólo eso, calcular después el volumen en mililitros, porque por todos es sabido que los niños no tragan pastillas sino que hay que darles jarabes. Y esto no era nada comparado con lo que me esperaba al llegar a las UVIs pediátricas: ¡perfusiones de fármacos! ajustadas por peso, diluidas, y calculando el ritmo de infusión en, qué se yo, microgramos por minuto… al principio se me hizo duro, pero enseguida comprendí que forever and ever mi mejores amigas serían la calculadora y la regla de tres, y punto pelota.
7.- Con el paciente pediátrico se va a por todas, siempre. Como geriatra, me he tenido que pelear algunas veces con otros especialistas para hacer notar que mi paciente, pese a tener 80 años, se merecía absolutamente todos los recursos disponibles (léase ecografía abdominal o stent coronario) dada su situación basal. A esta conclusión llega el geriatra tras una adecuada valoración geriátrica: no es lo mismo un paciente de 80 años en fase avanzada de una demencia que un paciente de 80 años que vive solo, conduce su coche y cuida a los nietos. Como pediatra, en 8 años de ejercicio, nunca he tenido que pelear una prueba diagnóstica o un procedimiento.
8.- El pediatra trata con padres; el adultólogo, con el propio paciente, y/o con sus hijos. Esto se merecería un post o dos. Debo decir que a mí me ayudó ser cocinera antes que fraile, es decir, ser madre antes que pediatra. Pero es cierto que parte necesaria y fundamental de la formación en Pediatría es saber interactuar con los padres. Explicar y empatizar. Y paciencia.
9.- Ser pediatra es una profesión de riesgo. Pues sí, porque niños = virus. Los residentes de primer año de pediatría caen como moscas durante su primer invierno en Urgencias. Gastroenteritis, conjuntivitis, fiebrones… es así.
10.- Y lo evidente: la Pediatría es esa especialidad donde nadie se extraña si muges como una vaca, sacas un dibujo de Peppa Pig o hablas de Doraemon con total naturalidad. Es esa especialidad donde para explorar al niño te es tan útil el fonendo como la granja de Playskool. O sea, que el imaginario infantil campa a sus anchas, y nos facilita mucho las cosas. Como médico, o lo odias o lo amas, y para ser pediatra, mejor que te acerques a la segunda categoría. 🙂 Esta forma de trabajar, en mi opinión, contagia a todo el personal, y cuando aterricé en Pediatría me pareció que todos éramos bastante happies. Hay buen rollo. Entre residentes, entre médicos-enfermería, entre adjuntos-resis… Será cierto lo que ilustra el algoritmo que os adjunto. 🙂
Obviamente lo que he escrito aquí ha sido MI percepción, que a lo mejor otro geriatrapediatra no lo vería así. Y seguro que mañana pienso que me he dejado más diferencias entre la medicina de adultos y la de niños en el tintero. En cualquier caso, qué queréis que os diga: para mí, la pediatría es la mejor especialidad que hay. 🙂
Un comentario en “Pediatría versus Adultología.”