Se me ha ocurrido hablar hoy del dolor infantil a propósito de algunas situaciones vividas en los últimos días, algunas en la consulta y otras en el ámbito villamoquil. Esto nos pasa frecuentemente a los pediatras, por cierto: cuando tenemos hijos, a menudo vivimos lo mismo en el hospital y en casa, y de ambos entornos aprendemos. 🙂
Históricamente y hasta no hace mucho se concedía escasa importancia al DOLOR (así, en mayúsculas) como parte importante del proceso de enfermedad en un niño; los esfuerzos se centraban en diagnosticar la enfermedad, averiguar sus causas, e iniciar el tratamiento. Me refiero a todo tipo de situaciones clínicas frecuentes en Pediatría, tanto una brecha en la barbilla como una neumonía. En el pasado, se creía que los niños incluso sentían menos dolor, a consecuencia de una supuesta inmadurez de su sistema nervioso; y que, si lo sentían, se les olvidaba más fácilmente. En definitiva, existía una corriente minimizadora del dolor en el niño. Pero… nada más lejos de la realidad.
Lo que está claro es que el dolor es un síntoma con particularidades en el paciente pediátrico. Para empezar, porque muchos no saben hablar, y el dolor hay que interpretarlo. Además, porque el niño es un individuo que LLORA con más frecuencia que un adulto (vale: no siempre 🙂 ), lo que implica que nos impresione más el llanto de éste que el de aquél. También porque se tiende a medicar menos a los pacientes infantiles, incluyendo la analgesia; y, por qué no decirlo: en épocas pretéritas (¡qué palabra!) el niño ocupaba lo más bajo del escalafón social.
Como muchos sabéis, me dedico a la Reumatología infantil, una de las subespecialidades de la Pediatría. Veo todos los días niños cuyo motivo de consulta es el dolor de distintos colores y pelajes. También hago guardias en Urgencias y en planta. Todo esto significa que estoy familiarizada con el dolor en el niño, y que en estos años he sacado algunas conclusiones que os pongo aquí, con intención también de conocer vuestras opiniones (¡que los comentarios en un blog dan solera y vidilla! 🙂 ), que no siempre coincidirán con las mías, claro.
– Si la madre (o el padre) dice que le duele, es que le duele. Punto. Esto me parece una verdad casi absoluta.
– Los niños son muy nobles con su cuerpo, muchísimo más que los adultos. Si algo les duele, aunque sea por un motivo banal, lo protegen. Un niño jamás se pondría voluntariamente unos zapatos que le hacen daño (por muy bonitos que le parezcan), ni un jersey con una etiqueta que le roza (aunque tenga un dibujo del mismísimo Doraemon). Así, podemos encontrar rechazo a caminar en un nene de 20 meses que tiene una ampolla en el pie al día siguiente de estrenar sandalias. Un adulto con la misma ampolla tiene que ir a trabajar, a la compra y a recoger a los niños del colegio. Un niño pequeño no conoce obligaciones: prefiere no caminar, que así no le duele, y listo.
– Los niños tienen mucho miedo al dolor. Supongo que es un instinto atávico, y desde luego en ningún modo me parece menor que en el adulto; al contrario. El adulto tiene la capacidad de entender determinadas situaciones y anticiparse a ellas (punción para analítica), y el niño a menudo no… con lo cual no está preparado para prever las situaciones dolorosas, sino que le vienen dadas de improviso. En este punto, soy totalmente partidaria de explicar a los niños los procedimientos. Mi sobrina Campanilla y Miss Trotona son dos ejemplos de niñas pinchadas a los 3 años sin inmutarse, en gran parte gracias a la explicación previa (y a la pericia de la enfermera, claro está). 🙂
– En cambio, ya hablando de síntomas muy frecuentes en los niños: se tiende a tratar más la fiebre que el dolor, y eso que se usan los mismos fármacos. La fiebre da más respeto y creo que incluso hay (en general) sobretratamiento de la misma.
– Por supuesto que un niño se puede inventar un dolor. Pero si sospechamos que es así, de ningún modo esto le quita importancia. Sigue siendo necesario prestar atención al síntoma, porque puede ser la punta del iceberg de otros problemas más serios.
– Además, los niños son malos simuladores, en general. Se les caza pronto. Angelicos. 🙂 Enternecedor pillar a Miss Berrinche cojeando ahora de una pierna, ahora de la otra, por error. Pero ya he contado otras veces que nada la haría más feliz que llevar amuletas por un día… 🙂
– Y me pongo seria de nuevo: la práctica pediátrica debe encaminarse a EVITAR el dolor, bien previéndolo, bien tratándolo. Esto no lo digo yo, que no soy nadie en la materia: esto lo dicen los expertos en el dolor pediátrico. Pero de lo que soy responsable como pediatra es de poner todo de mi parte para que sea así; por muy liada que esté la guardia o por rápido que vaya a ser el procedimiento, debemos darle al dolor la importancia que tiene, que es MUCHA.
[Miss Berrinche, cuando lea este post en el futuro: «Mamá, ya sé por qué escribiste ese post ese día de julio… fue por mis ampollas de los pies después de tanto bailar en la boda de los primos, ¿a que sí?»]
Felicidades, M y J: ¡que seáis muy felices! 🙂