Alzheimer.
Qué palabra tan presente en los medios de comunicación y en las facultades, y también suscitadora de opiniones, de emociones, de vivencias. Todos tenemos cerca alguien que lo ha sufrido, o que lo sufre. Normalmente no sólo el paciente afectado, sino sus cuidadores principales.
Mucho se ha escrito en los periódicos sobre las demencias en general y sobre el Alzheimer en particular. Y aún más se ha publicado en revistas científicas y libros médicos especializados.
Pero no todo el mundo sabe la realidad de la enfermedad desde una óptica médica. Yo reconozco que lo tengo ya lejos (once años) y quizá meta la pata es mis siguientes frases.
El paciente con Alzheimer empieza a no recordar lo que hizo esa mañana. Por ejemplo, dónde dejó las gafas. Pero el problema se percibe, a menudo, cuando no recuerda que las lentejas están al fuego desde hace 4 horas y todo el edificio huele a quemado; o cuando sale de la frutería de su barrio y no sabe llegar a casa.
El paciente con Alzheimer empieza a mostrar trastornos de conducta, y se enfada con su cónyuge por una historia imaginada. El problema se hace más patente cuando agrede a sus familiares o cuando grita de madrugada.
El paciente con Alzheimer acaba perdiendo muchas habilidades motoras. La situación se hace peliaguda cuando es difícil que se mueva o cuando aparecen las caídas (que por otro lado no son exclusivas en absoluto de los pacientes con demencia). También acabará perdiendo el control sobre sus esfínteres y la capacidad de tragar sin atragantarse.
El paciente con Alzheimer suele ser anciano. Y, como tal, suele padecer otras enfermedades crónicas como insuficiencia cardíaca o bronquitis. Y suele necesitar medicación para tratar las mismas.
El paciente con Alzheimer puede no tener una familia que le cuide y puede no tener medios económicos holgados.
El paciente con Alzheimer se descompensa si tiene una infección de orina, o si se rompe la cadera, o si le sube el azúcar, o si coge la gripe, o si le institucionalizan en una residencia.
En definitiva, el paciente con Alzheimer es un reto para la Medicina.
Hay que diagnosticar la causa de su demencia (no vaya a ser un hipotiroidismo o un hematoma subdural). Hay que tratar según dicte la medicina basada en la evidencia para intentar frenar la enfermedad. Hay que medicar para controlar los trastornos de conducta, a menudo impactantes para la familia. Hay que cuidar el aspecto social, porque no es lo mismo un paciente con cinco hijos solventes económicamente que una viuda sin hijos y con una ínfima pensión. Hay que prevenir la pérdida de capacidad funcional evitable, que la hay. Hay que bregar con las infecciones respiratorias derivadas de los atragantamientos, o las retenciones agudas de orina que pueden no detectarse. Y por supuesto, hay que controlar la insulina en caso de diabetes, los betabloqueantes o los diuréticos en caso de patología cardíaca, los antiagregantes, los hipotensores, qué sé yo. Son tantas cosas… es un paciente complejísimo ante el cual reconozco que a día de hoy me vería completamente impotente.
Y además, hay que tomar decisiones cuando vayan surgiendo avatares médicos, que surgirán. Atendiendo al paciente pero también a su familia.
Y uno puede preguntarse qué médico está capacitado para manejar de forma íntegra algo tan complicado.
¿Quién sabe manejar los aspectos sociales, cognitivos, funcionales y médicos de un paciente con demencia, todos ellos a la vez? La respuesta está clara y así lo ha demostrado la evidencia: EL GERIATRA. El geriatra, junto a un equipo de enfermería, auxiliares, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales y médicos rehabilitadores (y quien me deje en el tintero, perdón, pero escribo a toda prisa) es EL QUE SABE.
Por eso me resulta desalentador leer noticias como ésta. Porque ya sabéis que fui geriatra antes que pediatra y ya publiqué del tema aquí.
Posdata: el blog Hablando de geriatría vuelve con fuerza. ¡¡Enhorabuena a sus impulsores!! 🙂
Un comentario en “Día mundial del Alzheimer.”