Diciembre pediátrico: a tope.

¡Hola de nuevo! Últimamente la frecuencia de mis posts ha disminuido por varias razones. Una es la falta de tiempo (ooh, qué original) y la otra es que desde que nació este blog he escrito básicamente cuando necesitaba contar algo (y eso implica temporadas «poco comunicativas»). 🙂

Hoy vengo a confesar que estoy extenuaaaada. 🙂

Y lo reconozco sin pudor. Todos los sanitarios que trabajamos con niños estamos viviendo un mes de diciembre peliagudo, con un Virus Respiratorio Sincitial (VRS) más agresivo que otros años (o me lo está pareciendo a mí, así como el año pasado me lo pareció el de la gripe). También es cierto, y lo admito, que si yo estoy cansada no quiero pensar cómo estarán los pediatras situados en primera línea de bronquiolitis (atención primaria, Urgencias, hospitalización, cuidados intensivos…). A fin de cuentas yo sólo atiendo esta patología durante las guardias; en mi día a día veo a niños con patología reumática (pero los cuales, cierto es, están también estos días atravesando infinidad de -itis).

Y como tantos otros inviernos a tope de trabajo en Pediatría, he observado la desesperación de muchos padres y profesionales, a partes iguales. Los primeros porque no se ven suficientemente atendidos, y los segundos porque no dan abasto para atender.

Así que, como pediatra, me apetece explicaros algunas cosas acerca de cómo funciona la atención en Urgencias, haciendo especial hincapié en el «filtro».

El triaje -o «filtro»-, que es la puerta de entrada a Urgencias, está precisamente ideado para ser eficaz en situaciones de mucha presión asistencial.

Es un punto clave en el adecuado funcionamiento de la urgencia. La persona encargada (enfermería o pediatras) decide la prioridad con la que hay que atender a un paciente, porque un paciente grave NUNCA debe esperar a ser atendido. Por eso los padres en la sala de espera veis a menudo cómo algún niño que ha llegado después que el vuestro pasa antes a Urgencias. Ejemplos prácticos que vemos a diario:

  • Niño de 18 meses con dificultad para respirar (que observamos porque «hunde» claramente las costillas), sin fiebre, y contento viendo a Peppa Pig en el móvil de sus padres; frente a niño de 12 meses con 39,5ºC de fiebre, lloroso, peleón porque no le gusta que le miren, colorado por la temperatura, y con muchísimos mocos. ¿Quién pasa antes?… pues el primero. La dificultad para respirar es siempre motivo de ser atendido con prontitud, mientras que la fiebre por sí sola no suele ser la principal preocupación para el pediatra, sino la causa de la misma.
  • Niño de 2 años con una «brecha» en la frente que necesita puntos; frente a bebé de 12 días, con buen aspecto, que es traído por sus padres porque no quiere mamar desde hace 7 horas. ¿Quién pasa antes? …Pues el segundo, porque es un neonato, y de entrada y sólo por eso precisa una atención rápida.
  • Niño de 3 años con dolor de oído, está llorando; frente a niño de 4 años que está tan campante, charlando con todo el mundo, al que sus padres han traído porque se ha bebido todo el frasco de Apiretal. ¿quién pasa antes? pues de nuevo, el segundo: hay que ponerse YA manos a la obra con su más que probable dosis tóxica ingerida de paracetamol (eso sí, al primer niño le daremos analgesia en el filtro).

Con estos ejemplos quiero mostraros que el motivo por el que traéis a vuestro hijo a Urgencias, además del estado general que observemos a su llegada, son claves para decidir el momento en el que será atendido.

Y esto puede significar que tengáis que esperar varias horas en la sala de espera… ¿desesperante? sí: lo es. Por supuesto. Esperar nunca gusta, pero en situaciones de epidemia como la actual (he hablado del VRS… pero podría haber mencionado también la tosferina, aunque os remito a este post de Pediatra de Urgencias, en el cual nos relata un día cualquiera en la UVI pediátrica) el número de pacientes atendidos en Urgencias fácilmente se triplica respecto a un día cualquiera de mayo o septiembre, mientras que el personal sanitario puede (y suele) no ser mayor.

Y con un pie en las Navidades, mucho ánimo a:

  • Los sanitarios que estaréis (o estaremos) trabajando a un ritmo mucho mayor del habitual y además en estas fechas. Mención especial a los que tenéis contratos absolutamente precarios, de un mes o de una semana, y que me consta que no perdéis la ilusión; y a los residentes, que os soléis dejar la piel por sacar las guardias adelante sin perder la sonrisa hacia los niños.
  • A las familias de los susodichos sanitarios, porque aunque suelen estar acostumbradas, siempre es un motivo de fastidio que mamá o papá no esté sentado a la mesa en Nochebuena. Yo lo sé: Miss Trotona y Miss Berrinche ODIAN mis guardias en general y las navideñas en particular.
  • Y por encima de todo a los nenes ingresados, y a sus familias. Aquí los de este lado de la medicina (pediatras o enfermeras o auxiliares o celadores o cualquier trabajador hospitalario) tenemos que ponernos en vuestro lado, para saber lo duro que puede ser pasar un día y otro y otro y otro más en el hospital durante estas fechas tan importantes para la mayoría, y especialmente ilusionantes para los niños.

Pero seguro que entre todos logramos un hospital lleno de espíritu navideño… Con belenes en todas las plantas, espumillón hasta en los ascensores, y barra libre de langostinos en el comedor de guardia; Reyes Magos por doquier, incluso acompañando a la tuna, gorros de Papá Noel y adornos en cada esquina; villancicos, diademas con cuernitos de reno, turrón y lo que haga falta… lo dicho:

…Feliz Navidad a todos. 

PD: y no puedo terminar en post sin enviar un gran abrazo a la familia de J, que ha venido hoy a vernos a la consulta y ha sido lo mejor del día. 🙂

 

Aprendiendo de las niñas.

Llevo un tiempo sin escribir acerca de la vida, obra y milagros de Villamocos; pero los tres días que hemos pasado en la nieve la familia al completo me han dado qué pensar. Aviso: a continuación, post pediátricomaternal plagadito de tópicos.

Por mucho que NO debamos hacerlo, les ponemos etiquetas a nuestros hijos (aunque sólo las pensemos sin verbalizarlas). Ironman y yo estábamos convencidos de que Miss Berrinche iba a liarla parda en su primer contacto serio con el esquí, y que desde el minuto uno todo serían pegas: «Mami, tengo frío… ¡jo, ahora tengo calor!… papi, me da miedo, no quiero subir a la cinta… mamá, ¡me aprietan las botas!… me pica el casco, me lo quiero quitar… Buaaaaaaaaaaaaaaa me he caído y no me puedo levantar…». A Zeus pongo por testigo que éstas, más o menos, eran las perlitas que íbamos preparados a escuchar de la boca de La Petite -además de algún que otro juramento-. Pues bien: la niña te da sorpresas, sorpresas te da la niña: NI UNA QUEJA. NI UNA PROTESTA. NI UN RENUNCIO. NI UN TEMOR. NI UN VACILE. NI UN LLANTO. A nuestra pequeña Miss Berrinche le encantó el esquí desde el primer día, y de hecho esta su nueva pasión sigue viva una vez en Madrid, dándonos la tabarra (ya dije que era insisteeeeeeeeente) con ir a esquiar este fin de semana a la sierra madrileña.

Sigo con las etiquetas, que pueden ser más falsas que el pelo de la Barbie. Nuestra Trotandovoy, poseedora a nuestros ojos de un carácter pleno de optimismo (también atiende por Bobesponja), un amor propio a prueba de bombas, y el arranque de un Ferrari Testarrosa,… FLAQUEÓ. Mi niña mayor tuvo la «mala suerte» de que se le atribuyera un nivel de esquí superior al que tenía (que no tenía ninguno), al venirse arriba haciendo la prueba de nivel enlazando cuatro elegantes giros cortos con cuña que la catapultaron al nivel dos, o tres. Consecuencia: se pasó el día intentando seguir el ritmo al monitor y a 7 chiquillos que llevaban meses (y años) esquiando; y no lo pasó nada bien, al parecer. Muy pocas veces la he visto dudar de sí misma, pero esa tarde después del cursillo, la vi. Y servidora con el corazón partío. A la mañana siguiente, me encargué personalmente de que la metieran en el mismo cursillo de principiantes que su hermana. Faltaría más: si hay que sacar a la madre coraje, se la saca. 🙂 Horas después, las aguas habían vuelto a su cauce y mi Trotandovoy era la niña intrépida que suele ser, y se esquió media estación sin problemas y con la barbilla (o mamola, que dicen sus ancestros segovianos) bien alta.

Los niños, cuando tienen hambre, vaya si comen. Yo esto ya lo sé desde hace muuuuucho tiempo y nunca me ha preocupado lo que coman o lo que dejen de comer; pero reconozco que me quedé boquiabierta (casi tengo que recoger mi mandíbula del suelo) cuando fui testigo de la capacidad devoradora de mis angelicales niñas tras cuatro horas esquía que te esquía. Les di un bocadillo a cada una que, por tamaño, entraría fácilmente en el nivel «top andamio»; callaron, lo agarraron, ni miraron qué contenía entre pan y pan, dieron el primer bocao, pusieron los ojos en blanco, lo desintegraron como termitas y alguna soltó un eructo fisno-fisno al terminar. La madre que las parió.

Y cuando no tienen hambre, no comen. Llamó poderosamente mi atención que, después del disgustillo cursillero, Trotandovoy NO QUISO CENAR. Me duele la barriga, decía. Me dio más pena aún porque ese día habíamos programado cenar el legendario chuletón del valle, con lo que a mi Bobesponja le gusta la carnaza semicruda. Pero la chiquilla estaba en un vivo-sin-vivir-en-mí y no probó bocado. Aaaay, esos dolores abdominales funcionales, que tantas consultas pediátricas ocasionan.

Madre no hay más que una. Durante las 2 horas diarias de cursillo de mis cachorras, parece ser (y según su padre) que exterioricé megacientas veces entre bajada y bajada, telesilla y telesilla, mi inquietud acerca de cómo estarían las susodichas. Las contestaciones del capullo de Ironman («estarán bien, bajando la pista de las fracturas». «Estarán subiendo al telesilla de los esguinces». «Habrán parado a descansar en la cota de las escayolas»… y así todo el tiempo) no ayudaban.

Los niños disfrutan del ejercicio físico, y lo necesitan. Y les gusta competir más que a un tonto un lápiz. Pero sana competición, ojo. Si se puede ganar se gana, que lo de participar ya lo damos por sentado; pero si no, pues no pasa nada. Ya lo dije aquí: los niños son acojonantes increíbles. Las mías llevan cuatro días hablando de sus logros esquiadores, pero ya se sabe: cada vez exagerando más sus aventuras hasta convertirlas en hazañas sin ningún pudor. Y en cierto modo, es así… 🙂

Creo por tanto que en Villamocos tenemos esquí para rato. 🙂

De golpes y traumatismos (que son lo mismo).

Trotandovoy es una niña juguetona y saltarina, y debido a tal condición sufre en incontables ocasiones trastazos de diferente envergadura. Pensé que la situación, tras cumplir 7 años, mejoraría, pero no: el último trompazo, ayer. Cuando fui a recogerlas al cole, atravesó el patio con mirada lastimera y una franca cojera más lastimera aún. He de reconocer que no me impresiona nada verlas cojear, y ellas lo saben; así que llegada la ocasión, exageran.

Lo que había sucedido es que jugando a «látigo con un churro» (no, no sé lo que es, y no sé si quiero saberlo), salió despedida y aterrizó sobre sus rodillas. Así que, como siempre, ha debido de ser un accidente provocado por hacer el asno a nivel expertise.

El caso es que tiene un buen hematoma en la rodilla izquierda. La sucesión de los hechos ha sido la habitual: «Mamá, me duele. Mamá, no puedo caminar. Mamá, mañana ¿hago gimnasia o voy a secretaría?», y al final el esperable «Mamá, quiero llevar amuletas…» (así lo dicen, A-muletas, aunque las corrija). Hoy mismo, es decir, escasas 24 horas después, la niña está mucho mejor. Lógico: es un golpe sin grandes consecuencias (un hematoma rumboso y florido no lo considero consecuencia). Pero sigue deseando con todas sus fuerzas que la sucesión de los hechos hubiera sido otra… ¿Cuál?… Pues el que podría haber sucedido de no ser su madre pediatra. Dependiendo de cada padre/madre, y de cada niño, un golpetazo así acaba en Urgencias del Hospital terciario. Y, si el nene refiere mucho dolor (teniendo en cuenta el componente de subjetividad del mismo), podría haber acabado en radiografía de la rodilla. Y, continuando en la misma línea, se podría haber ofrecido al niño lesionado unas muletas. Que según mis hijas y supongo que todos sus congéneres, molan mazo. Y si esto pasa una vez, pues no tiene mayor importancia… pero he visto muchos casos en los que acaba siendo casi costumbre que cada golpe del niño se siga de visita a Urgencias, radiografía e inmovilización de la extremidad. Y si al final son 27 radiografías (caso real) entre tobillos, muñecas y rodillas, pues no es una cantidad despreciable de radiación. En las guardias de Urgencias, tengo la manía de comprobar cuántas radiografías tiene ya hechas un niño, antes de pedir una. Aunque luego acabe decidiendo independientemente de esto.

No soy partidaria de intervencionismo (radiografía y vendaje o inmovilización) en los traumatismos banales, pero he de reconocer que no siempre es fácil decidir qué es banal y qué no lo es. Quizá la clave esté en esperar un poco si el mecanismo del golpe no parece intenso, y obviamente en ausencia de datos que sugieran fractura… o, como tantas veces, que la primera valoración la haga el pediatra de cabecera del niño y no la Urgencia hospitalaria.

Todo esto vino, aparte de por el porrazo (que no será el último: lo sé…) de Trotandovoy, por esta entrada del fantástico blog Pediatría basada en pruebas, además de esta otra.

Y nada, por aquí por Villamocos la lesionada niña revolotea a mi alrededor dejando caer, como quien no quiere la cosa, sentencias tales como: «Pues Fulanita se cayó más suave que yo y le pusieron una venda», «Menganita lleva toda la semana con amuletas y lo pasa genial en el recreo haciendo carreras»,… y el sempiterno «Mamá, yo creo que deberías ser pediatra sólo en tu trabajo y luego por la tarde llevarnos al médico como van todos los niños»… 🙂